No escribo cuando quiero, tampoco cuando puedo, es más ni siquiera escribo... las letras florecen solas,cuando tienen ganas, y yo soy nada más que su instrumento







martes, 8 de noviembre de 2011

Como una mujer se convirtió en piedra

Le molestaba el ruido, el viento, los fantasmas y la alquimia, las horas que no pasaban, las cosas que no sucedían, las injusticias cotidianas, las voces de la conciencia, todo absolutamente todo, hasta la más mínima, diminuta e imperceptible gota solía rebalsar el vaso. Estaba tan molesta con todo que cierto día decidió molestarse con ella misma, y nunca más hablar, anuló sus pensamientos, sus sensaciones y sus sueños; si hubiera podido y su condición biológica se lo hubiera permitido también hubiera dejado de respirar, pero solo aguantaba un par de minutos antes de que su cuerpo empezara a convulsionar para buscar aire. Sin embargo la decisión ya estaba tomada, sería radical, tan radical como nunca lo fue en su vida, no daría ningún paso atrás, esta era su forma de protesta, enmudecer de alma hasta volverse pétrea.

Pasaron uno, dos, tres días, un mes, las horas se acumulaban como el polvo en las esquinas, y ella ya había alcanzado un poco de paz, pero el equilibrio no lo lograba. Exactamente, no lo lograba porque ahora era su entorno el que estaba molesto con ella, se organizaban en eternos turnos para lograr sacarla de su búsqueda, más no podían, el silencio continuaba.

Cierto día, estos mismos, cansados de sentir su desdén, decidieron lanzarla al mar, así de simple, solo lanzarla al mar. Para lograr de esta forma que su diminuta presencia no fastidiaría sus egos de seres pequeños. Así lo hicieron, se organizaron durante toda una noche, debían hacerlo ya que su materialidad corpórea se agigantaba con cada minuto que pasaba, cada segundo en silencio, en insensibilidad, en insomnia la hacía más y más grande a los ojos de ellos.

La llevaron, la arrastraron, poco a poco hasta la arena y luego hasta el mar, para que este se hiciera cargo de tan molesta presencia. Ella en tanto al mínimo roce con el agua sintió que su equilibrio estaba completo, era el ciclo que justamente tenía que cerrar

Fue así como a partir de ese día esa mujer se convirtió en piedra, en una piedra en el mar, una de tantas que con el paso del tiempo lograban salir a la superficie, algunas se agrupaban y lograban formar cerros, hasta montañas. Las habían de todos colores, tamaños y formas, solo tenían una cosa en común: su origen.